Las rabietas son episodios en los que los niños empiezan a llorar
de forma más o menos descontrolada, emiten gritos, patalean, etc.. Son la manifestación de ira o
frustración a situaciones que el niño no es capaz de controlar.
Aparecen alrededor del año (puede ser unos meses antes) y son más frecuentes
entre los 2 y 4 años, etapa en la que empiezan a desarrollar su propia
independencia y ya no aceptan tan fácilmente el control que ejercen los demás
sobre su vida o los límites que les imponen los padres.
Es
una etapa que el niño tendrá que pasar, y es saludable, porque indica que está
formando su propia personalidad. La clave está en saber manejar las rabietas
para que el niño no las utilice para influenciar a los padres o para conseguir
determinadas cosas.
Foto: fuente "EL PAÍS" |
Por
eso, no queda otra que armarse de mucha paciencia y seguir algunos consejos
como quitar de su vista las cosas que no puede tocar, para no tener que estar
diciéndoles “eso no” a cada rato. Darles la posibilidad de hacer pequeñas elecciones
como “¿prefieres comer patatas o espinacas?”. Y fundamental, poner pautas
claras, “no” significa “no”, no “tal vez” y no un “hoy no, pero mañana sí”.
¿QUÉ HACER?
Mientras dura la rabieta es una
situación bastante estresante tanto para el niño como para los padres, y es
totalmente inútil intentar convencerlos de algo en ese momento. Lo mejor es
esperar que se les pase el berrinche sin rechazarlos y luego dar explicaciones.
Dejarles su espacio hasta que se le pase, pero que no se sientan ignorados.
Si
no se logra controlar la rabieta, y la situación lo permite, se puede adoptar
una actitud de indiferencia
y hacer como que se ignora la conducta del niño, para lo cual no debe
manifestarse enfado, ni deben hacerse promesas o proferir amenazas. Porque el
niño, con la rabieta, pretende llamar la atención y si hacemos todo eso, aunque
no consiga aquello que motivó el berrinche, de algún modo habrá salido ganando
y, sin querer, podemos reforzar ese comportamiento, o sea, le
"enseñaremos" a tener más rabietas.
Es
muy importante perseverar en la decisión adoptada hasta el final, hasta sus últimas
consecuencias. Por ejemplo, si se ha decidido que aquello que el niño pide es
inadecuado, los padres se mantendrán firmes en su decisión con independencia de
las respuestas del niño.
No
tratéis de razonar con vuestro hijo. Simplemente decidle: "Veo que estás muy enfadado,
te dejaré solo hasta que te calmes”. Dejad que el niño recupere el control.
Después de la rabieta, asumid una actitud amistosa y tratad de normalizar las
cosas.
A
veces es difícil, pero se debe crear
un clima de tranquilidad en torno a la situación, es decir,
mantener la calma y el control. No regañar, ni gritar al niño porque, además de
no solucionar nada, genera más inseguridad y constituye un mal ejemplo. Evitad
pegarle porque esto indica al niño que has perdido el control. Tampoco hay que
intentar razonar con el niño, porque en ese momento no nos escuchará. El niño
no debe percibir que su conducta altera a sus padres, que les incomoda, que existe
una discordancia entre lo que sienten y lo que dicen. No podemos enfadarnos y,
gritando, aclararle: “¡no me importa cómo te pongas, así no vas a conseguir
nada!”; porque estamos mostrando que “algo” sí ha conseguido.
Por
supuesto, no debe concedérsele lo que quería, para no reforzar su conducta,
como tampoco conviene ofrecer premios o recompensas para que abandone su
rabieta.
Para
las rabietas de tipo
perturbador o destructivo, utilizad suspensiones temporales.
Algunas veces las rabietas son demasiado perturbadoras o agresivas para que los
padres las pasen por alto: Se cuelga de nosotros, nos pega, tiene una rabieta
en un lugar público, rompe cosas... Sujetad al niño cuando tenga rabietas en
las que podría causar daño o lastimarse.
Una
vez que se ha pasado el berrinche, no se le debe castigar ni gritar, sino darle
seguridad y afecto, pero sin
mimarle en exceso ni darle ningún tipo de premio, explicándole lo
inadecuado de su comportamiento.
Tampoco se debe hablar de la rabieta una
vez terminada. Si se hacen comentarios del tipo “y a ver si hoy
no montas el número en el supermercado”, lo único que hacen es animarle. Y los
comentarios posteriores sólo sirven para que el niño se dé cuenta de hasta que
punto os ha afectado su conducta.
ESTRATEGIAS PARA EVITAR LAS RABIETAS
·
Poner
la casa «a prueba de niños», con objeto de reducir el número de ocasiones en
que los padres se ven obligados a decir que «no». Intentar evitar las
situaciones y circunstancias que puedan ser fuente de frustración o facilitar
la aparición de rabietas, como hambre, sueño, etc.
·
Permitir
que los niños pequeños realicen pequeñas elecciones frecuentes, todas dentro
del terreno de lo aceptable (p. ej., «¿Quieres tomarte la leche en el vaso azul
o en el rojo?»). Siempre que sea posible, ofrecer al niño la posibilidad de
elegir entre varias opciones disponibles.
·
Limitar
las frustraciones atendiendo al temperamento del niño y sus ritmos: entendemos
que si nuestro hijo es muy nervioso necesitará correr cada día, o si se pone de
muy mal humor cuando tiene hambre intentad evitarlo.
·
Los
niños tienden a tener más rabietas cuando están cansados (por ejemplo, cuando
no han dormido la siesta), porque son menos capaces de hacer frente a las
situaciones frustrantes. En estas ocasiones, haga que su hijo se acueste. El
hambre puede contribuir a las rabietas. Las rabietas también aumentan durante
una enfermedad.
·
Avisar
al niño con tiempo. Algunas de estas rabietas pueden ser prevenidas dándole a
su hijo una advertencia con 5 minutos de anticipación, en vez de pedirle de
repente que deje inmediatamente de hacer lo que está haciendo.
·
La
negativa debe ser irrevocable. Muchos padres dicen «no» cuando realmente
quieren decir «me parece que no». Cuando el niño protesta suficientemente, el
padre o la madre cede, recompensando con ello la rabieta. Los niños rápidamente
distinguen entre los «NOes» duros («No se juega con los cuchillos») y los
«NOes» blandos («no hay galletas antes de cenar») y rara vez sufren rabietas a
causa de los primeros. Es importante establecer normas razonables, claras y
coherentes y no cambiarlas, para que el niño conozca perfectamente donde están
sus límites. Esto es absolutamente clave: el que algo se pueda o no se pueda
hacer, no debe depender del humor que tengan en ese momento los padres. Las
reglas deber ser siempre las mismas y también independientemente de que quien
esté en ese momento al cuidado sea el padre o la madre.
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